Las huellas que atraviesan su suelo, son tantas y tan diversas que se mezclan y borran unas con otras, llevando consigo miles de historias personales y sociales que hablan entre sí, se esquivan, enfrentan, pasan desapercibidas.
En el diario vivir, llego y me voy apresurada de ese lugar, como si alguien o algo me estuviera corriendo para insertarme en la vorágine de la ciudad o escapar de ella. Pero uno de esos días, sin otra alternativa que esperar unos minutos la salida del micro, decidí observar lo que sucedía en una noche de otoño, de temperatura soportable, con un leve viento desde el sur.
artimos todos los que transitamos por allí son las ansias de llegar a destino, de arribar a la meta, atravesando las extensas y largas dimensiones de un edificio en proceso de construcción, que lo está dejando muy moderno en su interior.
Ese micromundo es tan diverso como la sociedad toda, en él se encuentran individuos solitarios, familias enteras, amigos, parejas, compañeros de trabajo, de todas las edades y ocupaciones, con diversos estados de ánimo y actitudes, pertenecientes a diferentes clases sociales.
Definitivamente, los contrastes tan evidentes en la ciudad pueden observarse directamente en este “mundo terminal”. Por un lado, bares con bastante presencia de hombres y mujeres que degustan apetecibles porciones de comida mientras miran en plasmas de última tecnología, las eliminatorias para el mundial de Brasil 2014. Están tan concentrados en los movimientos de pelota de sus jugadores preferidos y en terminar antes de que se enfríe esa rica comida frente a sus ojos, que no pueden o no quieren ver a dos pequeños, de no más de ocho años, que calzados con zapatillas de esas de las que el frío de los inviernos se hace sentir en sus dedos, intentan venderles, sin precio definido, unas tarjetitas con frases que hablan de amor por los demás.
Sin embargo, como no obtienen repuesta, se dirigen hacia una fila de personas que aguardan extraer dinero del cajero automático que el Banco Municipal instaló en el lugar, pero parece que no es su día de suerte, si es que existe alguno para ellos.
Mientras tanto, varios estudiantes, según puede entenderse por sus mochilas cargadas de libros y apuntes, aguardan en los asientos internos y externos a que los colectivos los lleven, por las diversas rutas que contrastan con la oscuridad de la noche, a su casas, más precisamente a sus camas, para descansar después de un día agotador. Algunos de ellos, medio boleto estudiantil y pasaje en mano, colaboran con unas monedas con otros niños que venden, a diferencia de los anteriores, pañuelos descartables útiles en estos días de cambio climático y resfríos en puerta.
Los comercios, aquellos en los cuales los altos precios son furor, están repletos de las más diversas golosinas, masitas, bebidas, entre otras cosas típicas, pero unos pocos deciden comprar algo antes del viaje. Muchos pasan para ver pero desisten de sacar dinero de sus bolsillos, y están quienes ni siquiera se acercan, sino que prefieren ir hacia los puestos donde las “malas nuevas" de los diarios y revistas, esperan ser leídas.
Los días aquí trascurren rutinarios, a veces más calmos, otras a una velocidad inmedible. En ellos, se combinan sueños y esperanzas cruzadas, proyectos que caminan en busca de su rumbo, gente que consume, otros que se informan, muchos que trabajan, todos viven en su pequeño mundo interior, y en el que conforman las paredes de la terminal, cada uno depende de si y de las acciones de otros para proceder, decidir, sobrevivir.
Estoy ahí, soy la que mira, pero también la que siente, espera, se impacienta, la que antes vino y ahora se va, para volver a venir, la que trata de comprender lo incomprensible de las relaciones humanas, las imposiciones e injusticias sociales, la que deja como tantos otros, sus huellas perdidas en la ciudad, y la que antes de partir, se pregunta al escuchar una voz en off que dice: “Rosario turística, se suma a la campaña sin explotación sexual”, sobre lo paradójico de una frase que asegura que una de las ciudades más visitadas del país se suma a una campaña tan importante, cuando hasta hace poco tiempo, el bar la Rosa, de la zona de Pichincha, recientemente clausurado, aparecía como atractivo turístico en las publicidades del Ente Turístico Rosario.
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